viernes, agosto 17, 2018

Gendarmes en Calchaquí


"¡Qué fea es Calchaquí!”, coincidimos en el 98 3, Ziggy y  yo a la noche volviendo del diario.
“Sí, como si la hubiesen hecho porque no quedaba otra, a las apuradas, la deben haber creado con desprecio”. Pienso en los miles de laburantes que la recorren, en la indiada que se desplaza y en los autores de esta calle hecha a la fuerza, porque necesitan semejante mano de obra barata, pienso en el Estado Nacional y su manera despreciable de “integrar”, pero evito decírselo a mi compañero de ruta para no amargarlo.

La mirada sobre la avenida suburbana que llevó por décadas a los bailarines hasta el boliche Elsieland, se interrumpe por la flamante disposición de la gobernadora.

“A ver los caballeros, vamos a hacer una requisa, un simple control les pedimos que se bajen del colectivo”, ordena un gendarme al mejor estilo Videla.
“Limpieza”, se me cruza, la conclusión de mi vecina wasapera que describió una semana atrás tal medida oficial, orgullosa de tal concepto. “El que se queja es la gataflora”, advirtió ella, feliz y casi exuberante con los tiempos de cambio.

En tanto, un señor mayor exuda miedo al descubrir no poder satisfacer la orden policial.
“No tengo documentos, sí credencial de la obras social…”, anuncia o algo así, a modo de súplica.

Los pibes de Racing se ven preocupados y no por las cosas del fútbol. En este sentido, los de verde junto con sus socios uniformados de  negro, encontraron en ellos las víctimas ideales en esta jornada de “´búsqueda” de cardúmenes voraces. Los pibes, sin embargo, la tienen clara, será la costumbre de enfrentarse a los prejuicios sociales. La “portación de rostro”, les cabe a todos y eso los especializa en el hábito de guardarse bien su DNI para estos casos.

Igual los tipos no entienden de modales (los canas digo), mientras las mujeres contemplan desde arriba la escena, los muchachos en la vereda ven cómo invaden su integridad. Un flaco pispea a su requisidor (NdeR: no sé si el término corresponde, pero sirve para una modalidad que seguramente irá naturalizándose) oliéndole la billetera. Han vuelto, resumo.

Subimos todos y continuamos por esa calle que combina la fealdad con una posible Sarajevo. Heidi sabe, como el Guasón porteño, que nada mejor roturas y vallas en la vía pública durmiéndose hasta la próxima elección.

Arriba del bondi los rostros reflejan desazón más que desconcierto. Un flaco medio hippie, remite a Santiago Maldonado, a quien sin embargo no le conocemos la voz. A éste sí. Se hace notar, no insulta a los pasajeros, pero le fastidia “nuestra” sumisión.
Agrega que los gendarmes y policías lo hacen para jodernos, a los laburantes. Que “ellos” saben dónde está la fafafa, pero prefieren meterse con el tipo común. Que los once mil palos timbeados por los socios del gobierno.

Coincido en todo, incluso con Ziggy asentimos como para que no se sienta solo. “Ganamos dos mangos como el señor colectivero y como la mujer empleada (dice señalando a una policía que vuelve a casa) que tiene que cuidarlos”.
La tipa lo mira con desconfianza. Bah, es el rictus, acaso por la paradoja de ser señalada.

“Puedo expresarme libremente eh, agrega él, me avala el artículo 14 bis de la Constitución”, amplía el flaco como pidiendo permiso y a la vez, enrostrando un derecho, ahora casi perimido desde que dejamos atrás a la pobre Calchaquí.
Amaga con bajarse, tarde, insiste. Hay en su clamor una carga que nos pesa como accidentales interlocutores. Lastima lo que dice, como la verdad.

Baja, al lado del asiento trasero, otro laburante toma la posta. Tiene ganas de hacer la gran cambiemos culposo: meter a la política en la misma bolsa. Pero admite que los de hoy duelen más. Le digo a mi compañero, después de ver bajar a quien siguió el reclamo del Santi del GBA, que cual efecto dominó me toca continuar a mí. Reímos. Absurdos, claro.

Escribo este post en una libretita, así desprolijo con mi letra elemental. ¿Siguen usando ustedes las suyas? Pero no lo subo al sitio. Me cuenta el colega del diario y habitual viajero del regreso que “tomó cartas en el asunto” (exagero la frase, no fue exactamente esta) y manifestó en el diario la preocupación por los gendarmes en la calle bolichera.

En Quilmes, vimos durante esta semana, que va mejorando. A no quejarse gataflora. ¿A quién corresponde la intendencia cervecera? Sí, a otro globolero.

Para este cierre, renace la palabra naturalizar.
Y yo que la creía con buenas intenciones, de naturaleza viene, lógico. Hacer natural, sin embargo, poco o nada se parece a lo terrenal, a lo verdadero.
Tal vez ya no hay nada verdadero.
O lo que está es esa calle que nos transporta cual bueyes a un seguro y purificador matadero. No el de Echeverría, si no el que cambia jornal y carne por billetes frescos.

 Pa qué hacerle una asfaltada de lujo, si con volver a casa a recuperar energía está. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reflexionemos juntos, no te inhibas y peleate conmigo y con la escritura.